El arte de vivir a través de la respiración, meditación e introspección
Hace más de un año, una colega me recomendó tomar un curso de respiración porque le había comentado que el trabajo me tenía estresada. Fruncí el entrecejo con sorpresa, diciendo a mis adentros: “Pero si ya respiramos a diario, es automático, ¿qué nos van a enseñar?”. El punto justamente es que no pensamos en la respiración, es inconsciente, pero cuando respiras con intención, las cosas cambian. Hace seis meses, caí enferma con un virus que los médicos nunca supieron diagnosticar con certeza. Los síntomas incluyeron parálisis facial, vértigo y tinnitus. Los dos últimos aún persisten en un grado bajo y me obligan, de cierta forma, a cuidarme en todo aspecto, físico, mental y emocional. En otras palabras, la enfermedad me mantiene alerta.
Cuando estaba perdiendo toda fe y esperanza a causa de la crisis de salud, me inscribí al famoso curso. Recuerdo que el primer día llegué con toda la mala vibra, como si me hubiesen obligado a asistir. Me sentí aún más incómoda cuando empezamos las dinámicas de grupo en las que debíamos compartir nuestra intención con el curso, qué nos preocupa, cuál es nuestra historia de vida, entre otras cosas. Los que me conocen saben que la socialización no es lo mío, menos con gente extraña. Cuando empezamos a aplicar las técnicas de respiración, que incluían el ujjayi que se usa en yoga, me relajé un poco. Luego vino la Bastrika Pranayama que ahora es de mis favoritas y, finalmente, el Sudarshan Kriya (SKY) que combina respiración rítmica con meditación. Esta última técnica fue una revelación y la verdadera bofetada a mi escepticismo. El instructor nos decía “dejen salir cualquier emoción, no la repriman” y yo pensaba, ¿a qué se refiere, qué va a salir con esto? Minutos después, estallé en llanto. Aún no lo comprendo, pero respirar libera las emociones. Para muchos esto quizás no es ninguna revelación, pero para mí sí lo fue. Yo había usado la respiración al revés—cuando lloras, siempre te recomiendan respirar profundo para que te tranquilices. En este caso, uno está sentado tranquilamente y de repente se viene una ola de emotividad que te obliga a llorar. La respiración provoca el llanto, no lo calma. El curso fue muy fuerte emocionalmente y, a diferencia de los demás participantes, al final del día terminaba fatigada. Mantuve el compromiso de respirar los siguientes 30 días, no siempre la rutina completa, pero haciendo mi mejor esfuerzo. Eventualmente, me sentí mejor.
Al cabo de unos meses, me inscribí al otro afamado curso: el retiro de silencio. Me lancé al agua sin saber bien de qué se trataba, confiando en el discurso motivador de mi instructor. En efecto, el retiro implica estar en silencio por varios días, haciendo una introspección seria y dedicada, sin siquiera hablarse a sí mismo en el espejo, buscando formas para comunicarse con los demás que no sea la palabra y, lo más difícil, apaciguando la mente. Cerrar la boca es un desafío, pero callar la mente es un reto inmenso. Pasamos muchas horas meditando, haciendo yoga y respirando. Hicimos Seva o servicio, lavando platos, atendiendo el jardín y arreglando la sala. Comimos muy sano y cantamos mantras en la noche para cerrar las sesiones. Hicimos dinámicas en grupo y en solitario. Nos reímos a carcajadas (era permitido) y lloramos en silencio. Mi cuerpo sufrió mucho físicamente por las largas horas de meditación en las que debía mantener una posición erecta sobre el suelo. El dolor afectó mi concentración porque pensaba en formas de acomodarme para que doliera menos. Sin embargo, no lloré como había anticipado por la experiencia anterior. Hubo un ejercicio, con ojos cerrados, que sí me quebró y que será inspiración para un próximo cuento: dar vida a unos muñecos, mujer y hombre. Mi amaru-warmi o mujer-serpiente fue tomando forma con delicadeza a medida que la iba dibujando con mis manos. El momento de crear al kari, una sombra de mi pasado fue tan visible que por un momento creí que tenía los ojos abiertos. Por fin vinieron las codiciadas lágrimas, aunque con una visión insospechada, porque estaba convencida de que había superado esa etapa de mi vida. Fue una lección de aceptación, algo que habíamos practicado durante el retiro, y también de compasión con uno mismo. Hay situaciones que están fuera de nuestro control y personas a quienes no podemos cambiar, entonces solo queda aceptarlo y continuar. Es importante ser comprensivo y empático con los demás y sobre todo con uno mismo, porque somos muy rápidos para juzgar. La sabiduría que se compartió en el retiro fue simple, pero poderosa, arraigada en el pragmatismo, el respeto y el amor.
¿Qué sigue? Disciplina. Disciplina para mantener los nuevos hábitos saludables que he adquirido no solo en estos cursos sino en otros procesos de sanación que he realizado. La dieta es fundamental—cambios sencillos han traído resultados increíbles. Comer bien, hacer ejercicio, beber agua, meditar y respirar con consciencia. También es esencial tener un círculo social adecuado que sea tu red de apoyo, como he visto ahora que soy parte de la “secta” que se reúne a respirar y meditar. No todos los días son buenos y eso está bien, pero tampoco todos los días son malos y eso hay que recordarlo. Vivir es un arte que puedes crear y recrear cada día, como tú quieras, porque es tu vida, tu decisión y tu responsabilidad.
El Arte de Vivir es una organización sin fines de lucro que tiene presencia en 180 países alrededor del mundo. Fundada por Gurudev Sri Sri Ravi Shankar, es un espacio para aprender a vivir feliz.