El barista
El espresso es un arte que los baristas dominan para satisfacer paladares, provocar sensaciones y eternizar experiencias. Sin este primer requisito, las otras bebidas que lo combinan con leche, esencias o licores resultan un fracaso. Esta lección la había recién aprendido y aprobado cuando nos conocimos. Fue durante una de mis clases de química de leche que apareció un día con el semblante muy alegre y me saludó como si fuésemos viejos amigos. Pasó algunos días haciendo experimentos para su bebida de creación, ahí donde yo recibía clases, trabajando en su examen final para obtener el certificado. Qué chico tan simpático, pensé. ¿Cuántos años tendrá? Me cautivó su dedicación y su forma amable. No se cansaba de hacer pruebas una y otra vez, siempre buscando el esplendor del café en boca. Así debe ser un verdadero barista, inmerso en la gama de sabores, aromas y texturas.
Luego de que acabé el curso seguí frecuentando el sitio, porque mis papilas ya habían sido adiestradas de tal modo que otros cafés eran insoportables, intomables e indeseables. Me arruinaron de por vida, en el buen sentido. Para entonces, él ya estaba trabajando en la cafetería y seguía entrenándose con esmero. Fui muchas veces con amigos y familiares, y ocasionalmente nos veíamos, pero hablábamos muy poco. Supe que participaría en el campeonato nacional y un día me quedé pasada la hora de atención para presenciar el entrenamiento como jueza inexperta. Ciertamente el muchacho tenía talento, no sólo para ser barista sino para ser un buen embajador de la cultura del café. Transcurridos unos meses, mientras yo estaba de viaje, me enteré de que había quedado campeón, esa criatura que ahora sabía que era unos años menor a mí, y que hace poco había entrado al mundo del barismo, había tenido un excelente debut y lo había recibido con la debida sorpresa y humildad de todo primerizo. Fui afortunada de haber sido testigo, a lo lejos, de su camino al éxito. Su cara barbuda emanaba genuina felicidad y gratitud, y su sonrisa era casi permanente. Cómo no enamorarse de esa expresión de puro contento. En ocasiones sentí envidia de que él disfrutara tanto de su trabajo y que lo hiciera con tanta pasión, orgullo y respeto. Recordé con nostalgia los días en que yo tuve ese sentimiento y actitud hacia el mío.
Cuando se acercaba a explicar los cafés del día le brillaban los ojos y el brillo continuaba mientras molía los granos del café seleccionado, mientras colocaba el filtro en la máquina, luego de haberlo tampeado con precisión, y mientras esperaba los 30 segundos para sacar el espresso perfecto. Me entretenía observándole en cada proceso hasta que mi taza de café fuera servida en la mesa, acompañada de su sonrisa coqueta. Cada sorbo de café era balanceado, exquisito y hasta artístico, haciéndome usar todos los sentidos, principalmente el olfato. En efecto, era el arte en taza, sobre todo cuando incluía algún arte latte de roseta, tulipán o el clásico corazón.
Para cuando llegó el campeonato mundial ya era evidente cuánto había avanzado en su técnica, destreza y carisma. Tuve el privilegio de probar y calificar sus espressos y capuccinos y descubrir su bebida de creación, dulce y delicado durazno con toques cítricos y una explosión de burbujas. Partió con todo el entusiasmo y su participación fue emocionante y conmovedora. A su regreso se volvió el centro de atención de la cafetería, todos queriendo estrecharle la mano, darle un abrazo y decirle unas palabras de afecto. Entonces me percaté de que algo había cambiado en su comportamiento. Estaba como pisando sobre una nube de caramelo. Se podía ver que la conexión entre ellos era fuerte y casi descarada. Ese amor había florecido durante su viaje y a costa de mi ausencia. El barista había madurado y su amor, el café, le había absorbido en totalidad. Su perfume y su sabor eran indudablemente más intensos que los de cualquier mujer y no tenían competencia, porque sólo él sabía cómo intensificarlos y glorificarlos. Había sido conquistado de tal forma que su vida tomó un giro importante. El café, mi bebida predilecta, me lo había arrebatado. Añoré el que alguna vez me regalara esa mirada de entrega. Pero comprendí que los amores verdaderos llegan así sin avisar y lo colonizan todo. Y acepté mi derrota, sabiendo que eso que nos separa también nos mantendrá unidos.