La “ceja de selva” de Narupa resguarda la riqueza amazónica
En todos los años que viajé hacia el Tena, atravesando los Andes orientales, nunca me percaté de la Reserva Narupa, ubicada en la parte alta del Napo. Narupa tiene 2.500 hectáreas aproximadamente, entre 1.600 y 1.000 m.s.n.m., y su nombre proviene de una palma del oriente que no se encuentra fácilmente. Protege especies migratorias como las reinitas cerúlea y canadiense, aves nativas como el guacamayo militar, el águila andina y el tinamú negro, y mamíferos como el oso andino, el tapir y el yaguarundí. En los últimos años, esta zona de Cosanga-Guacamayos-Narupa ha ganado popularidad por su diversidad de aves, rompiendo récords en los conteos de aves mundiales en varias ocasiones.
Recuerdo mi primera visita a la reserva Narupa en noviembre 2019 por la inauguración del Refugio Cerulean, un alojamiento sencillo y pequeño para investigadores, voluntarios y empleados de la Fundación Jocotoco. Hicimos un recorrido por la reserva y sus alrededores, incluyendo la cascada del Río Hollín. El almuerzo fue, quizás, lo más memorable, porque me sirvieron un pincho de chontacuros (gusano de la palma) como opción vegetariana. Una proteína de esa naturaleza no se puede rechazar, así que lo comí y compartí con gusto. Las áreas donde se han construido las instalaciones en la parte alta y baja de la reserva eran pastizales que se han recuperado significativamente en tan solo una década.
A través del trabajo comunitario que realiza la fundación, la conservación a escala de paisaje se fortalece cada año, facilitando herramientas para el manejo de áreas protegidas, desarrollo productivo, alternativas económicas y uso sostenible de los recursos naturales. La colaboración con las entidades públicas, principalmente los parques nacionales colindantes, Antisana y Sumaco Napo-Galeras, las comunidades indígenas kichwas / kijos y otros socios locales ha permitido que se realicen monitoreos de biodiversidad en un área de más de 300.000 hectáreas. El objetivo es levantar una línea base del número de especies y su densidad poblacional, entre otros indicadores, y compararlo a lo largo del tiempo para determinar si las acciones de conservación son efectivas. También se han generado mapas de amenazas, cobertura boscosa y conectividad para identificar las prioridades de conservación. Eventualmente, podremos aplicar estos datos para desarrollar créditos de biodiversidad que aporten a las sostenibilidad financiera de la región.
Una de las comunidades indígenas con las que trabaja la fundación es Ávila Viejo, cerca de Loreto, que tiene un área de 8.000 hectáreas en el programa Socio Bosque. Desde hace algunos años, han incursionado en el aviturismo gracias al hallazgo de un nido de águila arpía y ahora registran más de 300 especies de aves. La comuna mantiene viva sus tradiciones, como la ceremonia de wayusa, el runa shimi (lengua kichwa), los cuentos orales sobre su cultura e historia, las plantas medicinales y la chakra o granja donde cultivan múltiples productos. La fundación colabora con la comuna en el manejo de su área protegida con capacitaciones en monitoreo y patrullaje, identificación de aves, y en turismo. Cuentan con varios senderos para observar la riqueza de su bosque y se apoyan de guías locales para recibir a los visitantes. Otro aliado de la zona es la Reserva Wayra, una hacienda ganadera que hace tiempo destinó la mitad de su terreno a la restauración del bosque y el aviturismo. La conservación no pretende eliminar al humano de la ecuación, sino integrarlo en un proceso de convivencia sostenible donde ambos prosperen, algo que Wayra entiende bien. La participación de estos actores es indispensable para la protección de los bosques amazónicos, siendo una fuente de ingresos, servicios ecosistémicos y recreación.
El programa Andes-Napo, que incluye a las reservas Chakana y Narupa y otras reservas privadas manejadas por la fundación, es uno los cinco programas que busca expandir los beneficios de la conservación, realizando investigación, monitoreo y vigilancia, así como promoviendo medios de vida sostenibles, apreciación cultural y educación ambiental.
La Fundación de Conservación Jocotoco nació en 1998 gracias al descubrimiento, un año antes, de la gralaria jocotoco (Grallaria ridgelyi), un ave endémica del sur del Ecuador. Oficialmente inició sus actividades en 1999, por lo que este año cumple 25 años de trayectoria. En el marco de su aniversario, hago un homenaje a la gran biodiversidad que protege alrededor del país a través de su red privada de reservas, que abarca más de 36.000 hectáreas. Esta es la quinta entrega de mi experiencia formando parte de su equipo desde el 2021.