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Un festejo a la vida en el volcán Sumaco – Julieta Muñoz
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Julieta Muñoz / Travel stories  / Un festejo a la vida en el volcán Sumaco
12 Nov

Un festejo a la vida en el volcán Sumaco

Hace dos años empecé a soñar en coronar el volcán Sumaco (~3.800 m), un cono en medio de la selva amazónica. A diferencia del volcán Sangay, que también me parece fascinante, el Sumaco no está en erupción y su travesía, desde el bosque tropical hasta el páramo, suponía una aventura digna de vivir. A pocos días de cumplir 40 años, este viaje era propicio para celebrar una vuelta más al sol.

Meses atrás ya había marcado en mi calendario el feriado de noviembre como fecha gloriosa. Me preparé físicamente yendo con frecuencia al Rucu Pichincha y manteniendo constancia en el gimnasio, haciendo ejercicios de fuerza para cargar la mochila y mi propio peso. Lo que no entrené con tanta dedicación fue mi mente, aún sabiendo que la fortaleza mental es vital para alcanzar la cima. En mi defensa, no imaginé que el reto sería tan grande, aunque tuve una pista muy evidente en las palabras de mi colega Mario Bolaños, que parafraseo: vamos a quedar como materia orgánica en las alturas del Sumaco.

Los expedicionarios, incluyendo nuestros guías locales.

Pocas semanas previo al viaje, armé un grupo diverso de amigos entusiastas para compartir la experiencia. Cada quien trajo lo suyo: el fotógrafo (Sebastián), el corredor (Fernando), el instructor (Francisco), el voluntario (Kasimir), la doctora (Ruth), el guía de turismo (Diego) y yo, la promotora del paseo. Afortunadamente, el grupo se cohesionó rápidamente aunque la mayoría no se conocía entre sí, siendo yo el denominador común. Siempre he pensado que viajar con alguien es una de las mejores formas de conocer y conectar con la persona, o de plano, exponer las incompatibilidades y separarse. Al mismo tiempo, adentrarse en las profundidades del propio ser, desencadenar el autoconocimiento, es aún más revelador. ¿Qué situaciones te irritan o te alegran? ¿Están fuera de tu control? ¿De qué depende tu reacción, si es que es variable?

Todo este análisis para decir que caminar en lodo y lluvia con botas de caucho fue una situación fuera de mi control que me hizo reír, enojar, cansar y perseverar. Como diría mi abuela: un lodo nunca antes visto. Hace cinco años fui a la laguna amarilla de El Altar, donde también tuvimos condiciones adversas de lluvia, lodo, frío e incomodidad, pero la expedición al Sumaco superó todo ello. Y sí, superó incluso el nivel de frustración y de felicidad, de sentimientos opuestos, de carcajadas que me hacían perder fuerza física y de cansancio que me hacía tambalear y caminar chueco. Es increíble cómo la mente domina al cuerpo y lo obliga a continuar cuando parece que no es capaz de dar un paso más. En los momentos más duros, internamente le rezaba a la pachamama para que en cada pisada soltara un rayo de energía, una recarga eléctrica a todo el sistema, y pudiera seguir caminando sin noción del tiempo.

El primer día fue relajado, simplemente teníamos que llegar al pueblito de Pacto Sumaco, donde dormiríamos en el Centro de Turismo Comunitario. Disfrutamos la vista del Sumaco, despejado y soleado, mostrando su esplendor, y tomamos muchas fotos de ese paisaje que era nuevo para todos. Luego de algunos partidos de 40, donde nuestra amiga gringa se lució como principiante del juego, nos acostamos temprano, emocionados del día siguiente. Las instrucciones del guía local fueron simples: lleven suficiente agua para la caminata de 12 km al segundo refugio, que será todo de subida, con algunas paradas. En otras palabras, baje la cabeza y camine hasta que llegue. Ya en el primer kilómetro entendimos que las botas de caucho eran absolutamente indispensables. ¡Y aún no habíamos llegado a la parte más lodosa, ni cerca! Decir que me bañé en lodo no es una exageración. Los tres días de expedición, sobre todo el último, acumulé una capa gruesa de lodo en mis pantalones y botas que pensé que tendría que tirarlos. Perdí la cuenta de cuántas veces me resbalé y caí en todas las posiciones posibles: sentada, de cara, de lado, media pierna hundida, el bastón desaparecido, la bota atrapada, descuartizada en un charco. A ratos, la situación me causaba una risa incontrolable, especialmente cuando escuchaba a Sebastián darnos ánimo con su “¡caminen, mierda!” Un poco más allá quería llorar y maldecir, ¡sobre todo maldecir! Y al siguiente instante estaba con tremenda sonrisa, pensando: ¡esto es el verdadero contacto con la naturaleza! Mientras tanto, nuestros guías locales iban vestidos con jean, cargando 15-20 kg en la espalda, apenas tomaban agua y estaban impecables, sin cansancio aparente y limpios. Así como yo poseo la gran habilidad de embarrarme de lodo en solo 5 minutos—mi forma de caminar es inexplicable para mí misma—otros compañeros de viaje, como Kasimir, parecían flotar en los senderos al igual que los guías.

El segundo refugio, donde dormimos dos noches, era bastante rústico, pero razonablemente equipado. Apenas vi las literas supe que no podría dormir: una colchoneta finísima sobre tablas de madera. El aislante que trajimos logró poco, todos mis huesos sufrieron intensamente, además que los ronquidos del compañero costeño nos acompañaron durante las pocas horas de sueño. A las 3 am nos levantamos para alistarnos mientras llovía incesantemente y pensamos que no podríamos salir, pero escampó de repente y partimos enseguida. Mi linterna alumbraba como vela a medio gas, entonces durante una hora caminé casi a ciegas, tratando de pegarme al guía que sí tenía una linterna decente. El sendero serpenteaba de arriba a abajo, una tortura disfrazada, porque cuando terminaba una subida venía una bajada y perdías la altura ganada. Incluso la cumbre tiene una falsa cumbre que te emociona prematuramente. Como si eso no fuera suficiente, ese segundo día que debíamos completar otros 12 km, me bajó la regla. Me agarró desprevenida a pocos metros de la cima. Quise entrar en pánico pero recordé que había anticipado este posible incidente, aunque no podría atenderlo adecuadamente hasta volver al refugio. Para mi grata sorpresa, a diferencia de la mayoría de mis periodos, este fue sumamente amable, con poco dolor. En mi mente lógica, agradecí a la montaña que me cobijara con su energía femenina y apaciguara mi vientre. Pachamamita, me cuidaste como madre mismo.

El ascenso al Sumaco es maravilloso por el cambio de vegetación y la inclinación absurda (~2.000 metros de desnivel) que te obliga a usar todos los músculos y extremidades para impulsarte hacia arriba y combatir la gravedad en las bajadas. Ninguna rutina de gimnasio logra que trabajes el cuerpo entero y además la mente. Me repetía: ¡tienes que llegar así sea arrastrada, porque no vas a volver! ¡Quién querría repetir esta penitencia! Ni en el Chimborazo (6.263 m) recuerdo haber padecido tanto y al menos ahí tuvimos una vista espectacular. Aquí, en el Sumaco, nos envolvió la neblina: cero vista. Aducen que se puede ver el Antisana, el Sangay, hasta el Chimborazo; eso quedó en palabras. Empero, indiscutiblemente la alegría de haber llegado estuvo presente, con niebla, lluvia y lodo. Mi reto personal de coronar el Sumaco para conmemorar mis 40 años de vida fue cumplido. Me embargó el orgullo y también la humildad. La montaña nos dio una paliza física y mental, pero persistimos. Gran parte de mi motivación para realizar esta expedición fue sentirme viva a través de mi cuerpo, hacer conexión con la mente y agradecer que existo en este tiempo y espacio. A riesgo de sonar existencialista, quería experimentar algo extremo y fabuloso para validar mis siguientes 40 años.

Aún queda mucho por vivir: más dolor, más felicidad, más sorpresa, más miedo, más amor, más adrenalina, más de todo.

Celebrando en la cumbre del volcán Sumaco. Foto con dron: Sebastián Rodríguez.

Mi total admiración, respeto y gratitud a nuestro equipo de guías, porteadores, cocineros y ayudantes que nos atendieron de maravilla durante los 4 días. Esta hermosa montaña es muy poco visitada en nuestro país y merece ser explorada y aprovechada. Pacto Sumaco también es un excelente destino para avistamiento de aves, siendo parte de la Reserva de Biósfera Sumaco. La selva amazónica es una verdadera joya del Ecuador, ¡vayan a conocerla!

Julieta