Los retos laborales de las personas “maduras”
Todos sabemos que la pandemia marcó un antes y un después en el mundo moderno. Usamos el evento como referencia temporal y hacemos comparaciones de todo tipo—económicas, sociales, ambientales, políticas y éticas. Ciertamente, las relaciones laborales cambiaron mucho, normalizando el teletrabajo en toda clase de sectores. Los que tuvieron la suerte de mantener su trabajo o sus negocios se enfrentaron a una situación sui generis en la que no había horarios, las tareas debían adaptarse a la virtualidad, en muchos casos modificando por completo las funciones del cargo, y dificultando la supervisión del trabajo. También fue una oportunidad para probar la adaptabilidad y resiliencia de las empresas y los empleados. Hubo gente que empezó su propio negocio, otros se aventuraron a cambiar de carrera, y muchos quedaron desempleados por largo tiempo.
Mi familia tomó la difícil decisión de cerrar la empresa de turismo luego de 40 años de éxitos, fracasos y aprendizajes. No lo hicimos por la pandemia, pero sí aceleró la fecha de cierre. Varios factores se combinaron durante los años anteriores que nos llevaron hacia ese desenlace. Mi padre enfermó y se retiró, dejando un vacío en la gerencia, ventas y marketing—era un excelente vendedor. Cada vez había más competencia en nuestro nicho de mercado y siendo una empresa pequeña y familiar, con personal y capital limitados, fue complejo hacer inversiones efectivas y oportunas. Experimenté el famoso burnout, a mis 34 años, y perdí la motivación; me estanqué profesional y emocionalmente. Recuerdo claramente la noche en que nos sentamos a hablar sobre la situación de la empresa y vocalizamos las temidas palabras: vamos a cerrar. Para mi padre, la empresa era su primogénito, nacido en la cocina de su primera casa de casados, un octubre de 1979. Transcurridos 40 años, indudablemente sería duro despedirse. Anunciamos a clientes, colegas y socios que operaríamos hasta mayo del 2020 y nos preparamos para todos los trámites legales y burocráticos que implica liquidar una empresa. Mi padre falleció en febrero y la pandemia inició en marzo—un presagio oscuro de los meses venideros.
Mi primera experiencia como desempleada durante la pandemia fue una lección importante. Nunca había tenido que aplicar a un trabajo, salvo cuando era estudiante—esos empleos eran fáciles de conseguir. Tuve la suerte de tener una plaza de trabajo esperándome apenas me gradué de la universidad. Post-pandemia y sin oficio, pedí a varios amigos que revisarán mi CV y me dieran consejos para la postulación y las entrevistas. Siendo el turismo uno de los sectores más afectados, no apliqué enseguida a esas vacantes. Mi burnout aún estaba muy presente y no quería volver a un trabajo tan demandante, sin horarios ni feriados. Como lo habremos hecho todos, apliqué a muchos puestos que no tenían relación con mi experiencia laboral, ni con mi formación académica. Nada nuevo para la población económicamente activa, pero en pandemia hubo más estrés, más competencia, más ansiedad y más incertidumbre. Esto último es lo que más me afectó, no saber cuándo conseguiría un trabajo, teniendo que reajustar la proyección de mis ahorros cada vez que era rechazada para un puesto, o cuando simplemente no recibía ninguna respuesta.
Tuve algunos momentos de revelación durante este proceso. Por ejemplo, no sabía que las posibilidades laborales son sumamente limitadas a partir de los 30 años. Las empresas prefieren contratar gente joven, sin experiencia, para moldearlos a su gusto. Los treintones y cuarentones ya vienen con sus formas, procesos y métodos de trabajo, es decir, se asume que son menos flexibles y adaptables. A mis 35 años, estaba sobrecalificada o, más asiduamente, era muy vieja para la mayoría de cargos. Por supuesto, en otros no cumplía con los requisitos de formación académica y encima no tenía experiencia laboral en lo que había estudiado. Habitualmente me preguntaban si pensaba volver al turismo cuando las cosas mejoren y mi réplica siempre era la misma: no, en realidad quiero moverme a otra área. Mi respuesta no parecía convencer a los entrevistadores y muchas veces insinuaban que mi experiencia no serviría en otro lado. Nunca me preguntaron sobre mis planes familiares, de tener hijos, pero sí se sorprendían de que fuera soltera ya siendo madura (vieja).
Efectivamente, esta discriminación por la edad la sufren hombres y mujeres, pero es más evidente para las mujeres. Por ejemplo, muchas ofertas requieren “señorita de buena presencia” para atención al cliente o ventas. Indirectamente, eso significa que debe ser joven, porque una mujer con arrugas es menos atractiva. No he visto anuncios de ese tipo para hombres, o son poco comunes. Personalmente defiendo las diferencias entre hombres y mujeres en cuanto a roles sociales, porque somos diferentes fisiológicamente—las mujeres cargan con el peso mayor de la crianza de los hijos por su misma naturaleza de dadoras de vida. El permiso de maternidad de un año debería ser universal, no solo de pocos países privilegiados. Claro, eso no implica que la mujer deba hacer todo el trabajo doméstico, ni que deba renunciar a sus aspiraciones profesionales. Que la mujer pueda cumplir ambos roles depende del contexto laboral y su situación familiar, donde debe contar con el apoyo de su red. Es conocido que existen empresas que no contratan mujeres en edad fértil porque causa inconvenientes. También hay maridos que no permiten que sus esposas trabajen porque descuidan a los niños y al hogar. Por otro lado, soy consciente de nuestras diferencias físicas; en general, los hombres son más fuertes, por eso suelen hacer trabajos manuales y que requieren fuerza física, incluyendo jornadas largas. De igual manera, las mujeres tienden a ser más sensibles, intuitivas y empáticas, o en otras palabras, suelen tener una mayor inteligencia emocional. Sin embargo, tanto hombres como mujeres tienen una alta capacidad intelectual, es decir, pueden desarrollar toda clase de habilidades y adquirir conocimientos en un sinnúmero de áreas, simplemente necesitan disciplina y motivación para aprender.
Frecuentemente, los hombres ocupan los puestos más altos y mejor remunerados, mientras que las mujeres son las asistentes, administradoras o personal de servicio. Esto se convierte en un verdadero problema cuando no existen oportunidades de crecimiento para las mujeres, se quedan estancadas en esos puestos, o cuando los hombres asumen cargos de autoridad desde el inicio, sin haber subido paulatinamente la escalera profesional (sin hacer méritos). También sucede que los hombres maduros se consideran “preparados y experimentados”, mientras que las mujeres maduras son “obsoletas y débiles”. Entonces vemos la desigualdad y la injusticia en el desarrollo profesional. Afortunadamente, esta realidad está cambiando de forma positiva, apuntando a un equilibrio sano y justo. Tengo la suerte de estar en una organización donde las mujeres son valoradas—al igual que los hombres—y su condición de mujer no es un obstáculo, por ejemplo, su maternidad, su emocionalidad o su fragilidad física. También aprecian a la gente con trayectoria larga, de edad “avanzada”, que son un ejemplo y un soporte para la generación más joven. Ha sido un alivio y una alegría encontrar un lugar donde ser soltera, madura y “nórdica” son circunstancias de mi vida, mas no un impedimento para desarrollarme en un nuevo ámbito laboral, en roles distintos y versátiles, siempre innovadores y exigentes. Las canas y las líneas de expresión están para quedarse, al igual que mis ganas de seguir adelante.