Lecciones en la Mama Tungurahua
Desde pequeña había oído las leyendas sobre las montañas de nuestros Andes. Hay machos y hembras y las parejas están definidas de acuerdo a la ubicación geográfica (según mis propias conclusiones), y hay grandes historias de batallas entre los “apus” que provocaron terremotos y erupciones. Siempre me he preguntado quién o cómo se determina cuál montaña es mujer y cuál es hombre. ¿Es por la altura, la forma, el clima, la ubicación? Lo cierto es que desde niña ya sabía que el volcán Tungurahua era en realidad la Tungurahua, la Mama.
La Mama se reactivó hace más o menos 20 años (1999), al mismo tiempo que el Guagua Pichincha. Se dice que el Guagua es hijo de la Mama Tungurahua y el Taita Chimborazo, pero fue apartado de su madre para causarle dolor a ella, pues le había sido infiel al Chimborazo con El Altar y andaba coqueteando con el Cotopaxi. Entonces, el Guagua lloró por la separación y la Mama le respondió de la misma forma: erupcionando. Recuerdo haber viajado a Baños para tratar de ver una erupción, con lava y rocas, pero la Mama siempre se escondía detrás de las nubes. De hecho, pocas veces he visto su cumbre, pero siempre me pareció imponente, sobre todo cuando se vestía de blanco.
Habiendo llegado a la cima del Cotopaxi, Cayambe y Chimborazo, además de otras montañas más bajas, subir la Mama no parecía un reto tan grande. Consciente de que mi estado físico no era óptimo, pero que hice algo de entrenamiento previo subiendo otras cumbres, me apunté a la salida de dos días para conquistar a la Mama. Salimos temprano de Quito rumbo a Pondoa, en el Parque Nacional Sangay, donde empieza el sendero hacia el Refugio. La caminata inicia a 2700 msnm en un bosque andino muy bonito, frondoso y relativamente caliente. La subida de 4 km es sumamente empinada de principio a fin. Llegamos al Refugio a 3830 msnm a eso de las 2 pm, aún con un cielo despejado y una vista hermosa. Nuestro guía decidió acomodarnos en carpas en lugar de las camas del refugio para mantener el distanciamiento social, lo cual me pareció una excelente idea, en especial cuando horas más tarde llegó un grupo de 30 personas.
Lección 1: Evita las aglomeraciones en época de pandemia. Ahora que hay un boom del montañismo, es importante tomar medidas de seguridad aunque estemos en zonas abiertas. Finalmente, no sabemos cómo las otras personas se están cuidando o con quién han tenido contacto. Nuestro grupo era pequeño, apenas 5 personas más 2 guías, e incluso así procuramos mantener el distanciamiento social y usar las mascarillas dentro del refugio.
Descansamos unas horas en nuestra carpa para dos, sobre esteras y nuestra bolsa de dormir, y cenamos temprano. A las 6 pm estábamos nuevamente instalados y acomodados en nuestras carpas para dormir y recobrar energías. A la 1 am nos levantamos para alistarnos, tomar algo caliente y emprender el ascenso. La inclinación pronunciada del sendero me recordó al Imbabura. Hacía un año que no caminaba en la noche, con casco y linterna. La subida era fuerte, pero no me pareció particularmente difícil, hasta que llegamos a la nieve. Al principio, pensé que eran solo parches blancos que se habían formado por la baja temperatura de la madrugada. Una vez que pasamos los pajonales e inició el arenal, era obvio que la nieve era abundante. Mi guía lideraba al grupo y yo iba detrás de él, pisando sobre su huella fresca, sin crampones y con los zapatos de trekking de suela desgastada, claramente inadecuada para la nieve. Mis resbalones eran cada vez más frecuentes, a medida que subía mi temor por perder el equilibrio y rodar por la ladera. Cuando mi miedo fue más evidente, el guía decidió encordarme, lo cual sucedió más tarde de lo que yo hubiese querido. Aún tenía energía y mis piernas estaban bien, pero mi cabeza estaba más preocupada del eventual resbalón que del ascenso. La noche anterior habían hecho cumbre con la montaña pelada, pura tierra y arena, entonces no se imaginaron que nosotros tendríamos condiciones tan diferentes.
Lección 2: No vayas a la montaña con zapatos viejos o equipo inadecuado. Puedo entender la falta de crampones y no le culpo a nadie, pero subir tremenda ladera casi vertical con zapatos cuya suela estaba prácticamente lisa y cuyo cuerpo en sí había perdido su capacidad impermeable, no tiene justificación. Perdí la cuenta de cuántas veces me resbalé, mientras que el resto de montañistas estaban campantes sin crampones y sin encordarse. Mis medias ya estaban empapadas para cuando amaneció y aún no habíamos llegado a la cumbre. Afortunadamente, el constante movimiento evitaba que el frío fuera más intenso y al final no fue mayor problema.
¡La Mama Tungurahua sigue muy activa y ardiente! Partes de la montaña estaban libres de nieve porque el calor que emana la actividad volcánica lo derrite enseguida. Era curioso pasar de mantos blancos a franjas de tierra. Se apreciaban las fumarolas en ciertos hoyos entre las rocas. En uno de los descansos aprovechamos para calentarnos las manos con el vapor caliente. A eso de las 7 am, luego de 5 horas de caminata, alcanzamos la cumbre a 5016 msnm. La visibilidad era limitada, pero la emoción infinita. Para no perder la costumbre, compartí la cumbre con Elisa, la vaquita rosada de mi mamá, quien me ha acompañado a muchos viajes y varias cimas desde el 2016. En esta ocasión, también le llevamos al Chocobo de mi pareja en honor a su madre. Además, como ya lo he realizado en otras montañas, llevé un poco de las cenizas de mi padre, fallecido hace un año, y las esparcí en la cumbre de la Mama Tungurahua, no sin antes ofrecerle un rezo y un profundo agradecimiento.
Lección 3: No subestimes el descenso. La mayoría de accidentes suceden en la bajada, porque usamos toda nuestra energía, física y mental, en coronar, pero nos olvidamos de que hay que volver al punto de partida. ¡Qué maravilla sería que un helicóptero te rescate! Una idea absurda que nuestra mente concibe cuando el cuerpo está agotado y con frío. Admito que el descenso me preocupaba porque no confiaba en el agarre de mis zapatos. Sin embargo, el camino ya estaba bien marcado por toda la gente que subió detrás nuestro, entonces bajé sin problema.
Llegamos al refugio, donde ya podíamos pisar en plano y sentarnos. ¡Qué alivio! Aún no podía quitarme los zapatos ni las medias mojadas porque faltaba la otra mitad del descenso, a Pondoa, donde nos esperaba el auto. Desayunamos, empacamos rápidamente y retomamos el camino. Sentí eterna gratitud por la mula Rubena que se llevó mi mochila pesada y que también la había cargado a la subida. Con las rodillas sentidas, procuré no forzarlas en exceso y rogaba que los 4 km se acortaran por milagro de la Mama.
Lección 4: No ignores las señales de alarma de tu cuerpo. En particular, me refiero a las lesiones que puedas tener y que pases por alto porque crees que no es tan grave, o que descansando se te pasa. Más de la mitad de mi vida he tenido dolores musculares, específicamente cervicales y lumbares. Más recientemente, mis rodillas han sufrido, en especial la izquierda. Me dedico a las terapias y ejercicios cuando el dolor es insorportable, lo cual es un terrible error. Muchas veces, llegar a ese punto puede significar que el daño es muy grave y quizás permanente. El malestar o dolor físico también puede afectar nuestra salud mental. No se puede trabajar ni estar feliz cuando tienes dolor y lo único que piensas es cómo quitártelo. Si sabes que estás lesionado, no lo ignores y haz algo al respecto. Personalmente, la motivación para cuidarme y mantenerme relativamente sana es que así podré seguir saliendo a la montaña.
Por fin, divisamos el auto y el equipo que Rubena había cargado. Lo primero que hice fue quitarme los zapatos y las capas extras de ropa—el sol estaba potente. Pisar la yerba con los pies descalzos me alivianó el cansancio. Me acosté en una loma de césped y me estiré cuanto puede. De repente, me invadió un olor desagradable—un olor a caca. Revisé mis zapatos y estaban limpios; ¿de dónde provenía? Me senté derecha y en ese instante lo descubrí: mi nalga derecha estaba cubierta de mierda. De todo el espacio disponible para echarme, justo había atinado a hacerlo sobre el excremento de algún animal. Por suerte, sí tenía ropa de recambio; me quité el pantalón manchado con toda la naturalidad posible, disimulando mi desgracia, lo limpié con la misma yerba y lo metí en una bolsa. Me subí al auto como si nada y arrancamos.
Lección 5: No olvides llevar ropa de recambio por si llueve o tienes un accidente como el mío. Y cuando escojas dónde descansar, ¡fíjate dónde asientas tu verde limón!